Sobre «I of the Vortex: From Neurons to Self», de Rodolfo Llinás

En Manual de linternas: Incursiones, excursiones y reflexiones científicas. Margarita Magariños, editora literaria para Libros y Literatura SL, Madrid, 2017

En los tiempos que corren, está claro que preguntarse por la naturaleza de la propia identidad y cómo percibimos la realidad es un asunto que va más allá de lo académico. Como a lo largo de toda la historia, nuestro mundo está poblado por vecinos que se sienten radicalmente distintos y por multitudes que perciben una misma realidad de maneras (a veces, incomprensiblemente) diferentes, hasta parecer que viven en realidades diferentes. Si de algo nos proveen los buenos libros que acercan al estudio científico de la mente humana, es de una buena distancia respecto a las certidumbres, incluida la de qué o quiénes somos, y de un necesario escepticismo sobre aquello que consideramos evidente. Es el caso de I of the Vortex: From Neurons to Self, de Rodolfo Llinás (MIT Press, 2002) (1).

Valga un ejemplo de por dónde va el libro: «Nos guste o no, el hecho es que somos esencialmente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real. Quizá sea lo único que podemos hacer con menos de un kilo de masa cerebral y un consumo de catorce vatios». Llinás defiende que el cerebro es «un sistema cerrado modulado por los sentidos». Para los físicos, un sistema cerrado es un sistema que no interactúa materialmente con otros agentes fuera de él. Un sistema que no está conectado de manera causal con nada externo y cuya descripción depende de variables internas del sistema.

Para Llinás, la evolución ha tenido como resultado una superposición de conexiones nerviosas que interiorizan y representan el mundo exterior (un mundo exterior, para ser más correctos): «La actividad neuronal es una metáfora de todo lo demás». Es una idea parecida a la de Maturana y Varela (1992), que pone el ejemplo de que cuando apretamos el botón del televisor y no salen las imágenes, no vamos al médico para preguntarle qué le pasa a nuestro dedo, sino que llamamos al técnico para que nos diga qué le pasa al televisor, qué le pasa a sus circuitos, cuya propiedad es producir imágenes a partir de sus propias reglas, independientes de quién sea el propietario del dedo o lo gordo o flaco que este sea. «Como tal sistema cerrado, el sistema nervioso se ha desarrollado a lo largo de la evolución… como un sistema autoactivado, capaz de emular la realidad, generando representaciones o imágenes, incluso en ausencia de entradas de esa realidad».

Como ven, «la ciencia y la conciencia hacen extraños compañeros de cama» (Freeman, 2003). Díganme si lo que sigue no tiene un aire familiar a lo que acabo de describir: «Es ciertamente “extraño” que haya prevalecido entre los hombres la opinión de que casas, montes, ríos, en una palabra, cualesquiera objetos sensibles, tengan existencia real o natural, distinta de la de ser percibidos por el entendimiento. Pues ¿qué son los objetos mencionados sino las cosas que nosotros “percibimos” por nuestros sentidos, y qué otra cosa percibimos aparte de nuestras “propias ideas” o “sensaciones”? Y ¿no es una clara contradicción que cualquiera de estas, o cualquier combinación de ellas, puedan existir sin ser percibidas?». El famoso e imbatible esse est percipi de Berkeley (1710). Llinás, desde luego, no comparte el inmaterialismo de Berkeley, pero tampoco el representacionalismo clásico, la idea de que construimos las sensaciones infiriendo las propiedades de la realidad. Para Llinás, el cerebro «crea» lo que entendemos por realidad. Pero lo que sucede en él no es una representación de todo, sino de aquello que coincide con sus posibles representaciones. Así, los sentidos no causan la actividad mental, sino que acomodan el estado de la representación mental a la realidad exterior, a «lo que sucede fuera».

Llinás participa del monismo dominante entre los neurocientíficos actuales, del supuesto (metafísico) de que la mente y el cerebro no están hechos de sustancias diferentes, como postula el dualismo cartesiano y las religiones judeo-cristianas o como sugiere el carácter inaprensible de las experiencias mentales individuales. La mente no es una “cosa” inmaterial, sino, más bien, un estado funcional del cerebro, continuo a él, sometido a las mismas reglas. Esta es la “filosofía espontánea de los científicos”, por usar un término un tanto demodé (Althusser, 1972). Esta “filosofía espontánea” también puede verse en los escritos de los clásicos populares de las neurociencias, como Damasio, Kandel, Pinker y tantos otros que han reflexionado sobre estos temas (ver Bennet & Hacker, 2003 para una discusión sobre la filosofía que subj¡yace a las neurociencias).

La visión de Llinás posee aspectos diferentes y originales y expresa sus ideas de manera a veces poética y atrevida, algo que sus colegas no siempre consiguen. Llinás lo cuenta así: «Aquellos que realizan registros electrofisiológicos les dirán que hay pocos eventos tan maravillosos y emocionantes como escuchar el sonido de una neurona, que habla su propio idioma, y ver este lenguaje como estallido de patrones eléctricos parpadeando en la pantalla del osciloscopio. Los acontecimientos cerebrales, suficientemente ricos como para representar todo lo que podemos observar o imaginar, constituyen la mente. Estos eventos eléctricos… somos «nosotros»».

La pregunta ahora es: ¿por qué un sistema nervioso así?, ¿por qué tan parcial, tan sesgado, tan poco de fiar? La respuesta está, posiblemente, fuera del análisis filosófico y requiere de otra perspectiva, de una perspectiva evolutiva. El logos evolutivo de un sistema de estas características es su capacidad predictiva: tener una idea previa y coherente de «lo que hay ahí fuera» y reaccionar de manera adecuada.

En un ejemplo muy intuitivo, Llinás describe el comportamiento sensorio-motor de una tenista (él menciona a Gabriela Sabatini, una estrella al inicio de este siglo, pero pongan ustedes ahora a Garbiñe Muguruza y les sale igual). Si Garbiñe tuviera que percibir conscientemente la pelota cuando viene a 150 kilómetros por hora, inferir su posición y decidir cómo mover el brazo para pegarle, estaría condenada a recibir humillantes pelotazos en la cara. El cerebro de Garbiñe no quiere saber dónde está la bola, quiere saber dónde va a estar cincuenta milisegundos después y tener ya ahí su raqueta preparada. A nuestro cerebro no le interesa lo que son realmente las cosas, le interesa tener una idea clara de cómo se comportan y de qué hacer con ellas. «Una criatura debe emplear una estrategia o, al menos, apoyarse en ciertas reglas sobre el mundo exterior en el cual se mueve; de lo contrario, el movimiento sería inútil o peligroso para su supervivencia. El organismo tiene que anticipar el resultado de su movimiento a partir de sus órganos sensoriales».

La capacidad de predecir el resultado de las acciones es la más fundamental y común de todas las funciones del cerebro. Pero el cerebro, en realidad, no computa nada en el sentido en que lo hace un ordenador, el cerebro reacciona con patrones de respuesta senso-motores acumulados a lo largo de la evolución. «La evolución ha hecho el trabajo por nosotros» (Purves, 2015). Es decir, el cerebro tiene interiorizado el mundo. Llinás piensa que los circuitos y redes neurales «explican poco de cómo funciona el cerebro, porque las capacidades cognitivas están preestablecidas al nacer». Las teorías computacionalistas de la cognición suponen que la mente es una propiedad abstracta del cerebro, como un programa de ordenador. Llinás cree, más bien, que las neuronas individuales son «proto-conscientes»: los estados conscientes se crean sumando las propiedades de neuronas individuales. En otras palabras, el antecedente evolutivo de nuestra propia conciencia quizá fuera la actividad de células individuales y las formas de conciencia múltiples. Como se ve, a esta idea se le puede sacar mucha punta y permite pensar en Platón y también en realidades más tangibles. En cierto modo, nos dice que nuestra representación de la realidad prevalece sobre la realidad misma, y esto es casi la definición de posverdad, una versión moderna de la fe (FUNDEU-BBVA Posverdad).

Y aquí llega entonces una de las frases antológicas del libro: «El yo es la centralización de la predicción». Para Llinás, el yo no nace de la conciencia, que es (solo) la percepción de que aquel existe, el darse-cuenta-de-uno-mismo (self-awarness). Según el autor, el yo puede existir sin que tengamos conciencia de ello. El yo del torbellino neuronal de Llinás es la abstracción que combina en el tiempo las sensaciones inducidas por el mundo exterior con la actividad generada por el propio sistema nervioso (motricidad, con las motivaciones, aprendizajes y recuerdos que permiten lidiar con el entorno). Y una idea quizá inesperada: el yo nace del movimiento, de la distinción entre nosotros y el mundo. «La experiencia sensorial que conduce al movimiento activo (motricidad) a través de la función de predicción es la razón última de la existencia misma del sistema nervioso central». El sistema nervioso habría evolucionado como un órgano útil para las criaturas que se mueven en su entorno, les permite una ubicación central que integra información y predice los efectos de su propia actividad. Y aquí trae Llinás un ejemplo curioso, que si no sirve como argumento demostrativo, al menos sí que ilustra la idea. Se trata del ciclo vital de la ascidia, un cordado primitivo que en su forma móvil, siendo larva, desarrolla un sistema nervioso centralizado, pero una vez adopta la forma sedimentaria, sésil, va y… ¡se lo come!

La última parte del libro está dedicada a las oscilaciones cerebrales y , quizá, al lector no iniciado en la neurofisiología se le hará más pesada, incluso un tanto inextricable. Llinás hizo descubrimientos fundamentales sobre las oscilaciones de la actividad neuronal y aquí habla de artículos científicos con bastante detalle. Muchas neuronas poseen una actividad eléctrica oscilatoria, que generan comportamientos sincrónicos y eventos eléctricos más grandes y discontinuos, que son la base para la comunicación entre neuronas. Crean algo parecido al empastamiento de los músicos de una orquesta, en el que se pierde la identidad de los instrumentos individuales y surge un efecto nuevo (técnicamente, este es el llamado problema del binding). Se ha especulado que esta simultaneidad de actividad neuronal está en la raíz neurobiológica de la conciencia, la que liga o empasta la experiencia sensorial. Llinás hace un tratamiento más áspero y menos especulativo de este asunto. Aunque el estado interno que llamamos mente está guiado por los sentidos, también es generado por las oscilaciones dentro del cerebro. Llinás, por tanto, apoya en la corriente que ve en las oscilaciones sincrónicas del cerebro la base de la subjetividad, del yo y de la conciencia.

Estas son solo algunas de las ideas que se discuten en este libro, que, sobre todo en su primera parte, tiene algo de torbellino, como reza su título. Son interesantes también sus críticas a la neurociencia cognitiva, al uso y el desarrollo de lo que él denomina una neofrenología, además de sus comentarios sobre el lenguaje y sobre la conciencia colectiva surgida de la conexión de cerebros a través de las redes de comunicación llamadas redes sociales. I of the Vortex: From Neurons to Self es palpitante. Tiene una prosa atrevida y está escrito con el rigor y el conocimiento de uno de los grandes de la neurociencia. Llinás es un científico que ha leído filosofía y que hacía leer a Kant y a Mach a sus alumnos de la universidad de Nueva York. Y en este libro trata cuestiones como la conciencia o el yo para aportar conocimiento científico a los problemas filosóficos.

En conjunto, es un libro que comienza como una novela y que acaba como un denso artículo científico. En ese sentido, puede ser irregular para lectores con diferentes formaciones previas, pero está lleno de ideas provocadoras y sugerentes que contribuyen a mirar la mente humana con mayor claridad. Es un libro con el que se aprenden cosas nuevas y que nos coloca en nuestro sitio: nos baja del ensimismamiento antropocéntrico y cultiva el escepticismo evolucionista como un deporte para evitar riesgos.

Notas:

1) Edición en castellano, de la editorial Norma (ISBN-10: 9580467986) tiene un “prólogo literario” de Gabriel García Marquez, quien hace unos comentarios curiosos sobre la personalidad y la vida de Llinás. Esta edición está agotada pero puede encontrarse en formato digital. La edición inglesa es de Bradford Book; Reprint edition (March 7, 2002) ISBN-10: 0262621630
(2) El cerebro tiene internalizado ya el mundo, tiene integrados los universales en un espacio interno. Es fácil ver aquí la proximidad entre estas ideas y las de Chomsky sobre el lenguaje (Chomsky, 2017 ¿Qué clase de criaturas somos? Ariel Ed.) Llinás piensa que los circuitos y redes neurales “explican poco de cómo funciona el cerebro, porque las capacidades cognitivas están preestablecidas al nacer”. Las teorías ‘computacionalistas’ de la cognición suponen que la mente es una propiedad abstracta del cerebro, como un programa de ordenador. Llinás cree más bien que las neuronas individuales son “proto-conscientes”: los estados conscientes se crean sumando las propiedades de neuronas individuales. En otras palabras, el antecedente ​evolutivo de nuestra propia conciencia quizá fuera la actividad de células individuales y las formas de conciencia múltiples.

Referencias

Althusser, L (1972) La concepción del mundo de Jaques Monod. En: Del idealismo “físico” al idealismo “biológico”. Ed Anagrama. Se trata de una clase de Althuser en la ENS de París, sobre la lección inaugural de Jean-Jaques Monod en el College de France, una conferencia preciosa sobre la integración de evolución y la naciente biología molecular, el DNA. Un libro breve, muy curioso e interesante con dos breves artículos de JJ Monod y de J Piaget.
Bennet, M.R. and Hacker, P.M.S. (2003) Philosophical foundations of Neuroscienece,  Wiley-Blackwell
Berkeley, G. (1710) IV, A treatise concerning the principles of human knowledge.
Freeman, A. (2003) Consciousness: a guide to the debate. ABC-CLIO, available from Google Scholar
FUNDEU-BBVA Posverdad http://www.fundeu.es/noticia/que-significa-y-de-donde-viene-el-termino-posverdad/
Maturana, H.R and Varela, F.J. (1992) The Tree of Knowldge, Shambahala Pu. Inc.
Purves, D., Morgenstern, Y. and Wojtach, W.T. (2015)   Perception and Reality: Why a Wholly Empirical Paradigm is Needed to Understand Vision. Front. Syst. Neurosci., 18 November 2015 | https://doi.org/10.3389/fnsys.2015.00156

 

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